"La Tierra"
El filme muestra escenas de la vida salvaje en distintos escenarios de todo el planeta, vertebradas mediante la narración de la migración de una familia de osos polares, de una manada de elefantes y de una ballena jorobada con su cría. Por Juan Carlos Di Lullo Redacción de LA GACETA.
Quienes estén transitando su quinta o sexta década de vida no podrán dejar de recordar al ver este filme el impacto que produjo hace medio siglo la exhibición de “El desierto viviente”, una magnífica pieza de cine documental sobre la vida salvaje que puso al alcance del público de todo el planeta aspectos desconocidos de la vida que bulle en un hábitat tan inhóspito como puede ser un desierto. Con aquella película, los estudios Disney conquistaron enormes audiencias e iniciaron una serie de filmes sobre la naturaleza que dio lugar al ciclo “Aventuras de la vida real”. A partir de aquella experiencia, el medio natural para la exhibición de este tipo de material fue la televisión, que (adelantos de la tecnología mediante) alcanzó uno de sus picos más altos con la presentación en 2007 del programa “Planeta Tierra”, por Discovery Channel. Parte del material que se mostró en ese ciclo está incluido en esta muy buena producción, que redobla el interés y deslumbra al espectador al mostrarlo en la pantalla grande. Como en las viejas películas de Disney, hay una línea narrativa estructurada a través de la migración de tres familias de animales, pero la evolución sobre aquellos filmes se muestra en la voluntad de huir de cualquier forma de equiparación de las conductas de los animales con las de los humanos que se percibe en esta producción. Y, a pesar de que se muestran crudamente las cacerías que impone la inexorable ley de la subsistencia, hay una evidente intención de no mostrar el sangriento final de esas electrizantes persecuciones. La factura técnica del material es asombrosa, y la mayor parte de las tomas sorprende por la belleza de su composición. Otro detalle es la ausencia total de seres humanos en la pantalla, como un modo de potenciar la idea de que somos espectadores asomándonos a zonas del planeta en las que definitivamente no somos protagonistas, aunque los efectos devastadores de nuestras acciones condicionen la subsistencia y hasta contribuyan a acelerar la extinción de muchas de las especies que lo habitan.
Quienes estén transitando su quinta o sexta década de vida no podrán dejar de recordar al ver este filme el impacto que produjo hace medio siglo la exhibición de “El desierto viviente”, una magnífica pieza de cine documental sobre la vida salvaje que puso al alcance del público de todo el planeta aspectos desconocidos de la vida que bulle en un hábitat tan inhóspito como puede ser un desierto. Con aquella película, los estudios Disney conquistaron enormes audiencias e iniciaron una serie de filmes sobre la naturaleza que dio lugar al ciclo “Aventuras de la vida real”. A partir de aquella experiencia, el medio natural para la exhibición de este tipo de material fue la televisión, que (adelantos de la tecnología mediante) alcanzó uno de sus picos más altos con la presentación en 2007 del programa “Planeta Tierra”, por Discovery Channel. Parte del material que se mostró en ese ciclo está incluido en esta muy buena producción, que redobla el interés y deslumbra al espectador al mostrarlo en la pantalla grande. Como en las viejas películas de Disney, hay una línea narrativa estructurada a través de la migración de tres familias de animales, pero la evolución sobre aquellos filmes se muestra en la voluntad de huir de cualquier forma de equiparación de las conductas de los animales con las de los humanos que se percibe en esta producción. Y, a pesar de que se muestran crudamente las cacerías que impone la inexorable ley de la subsistencia, hay una evidente intención de no mostrar el sangriento final de esas electrizantes persecuciones. La factura técnica del material es asombrosa, y la mayor parte de las tomas sorprende por la belleza de su composición. Otro detalle es la ausencia total de seres humanos en la pantalla, como un modo de potenciar la idea de que somos espectadores asomándonos a zonas del planeta en las que definitivamente no somos protagonistas, aunque los efectos devastadores de nuestras acciones condicionen la subsistencia y hasta contribuyan a acelerar la extinción de muchas de las especies que lo habitan.
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