sábado, 13 de junio de 2009

Los grandes cazadores de Asia



Aunque en Asia nunca haya habido comparación con los ungulados de África, Asia tiene a los dos depredadores más grandes del mundo: el tigre y el león. Las famosas disputas entre tigres y leones nunca fue muy marcada ya que ambos cazadores explotan nichos ecológicos diferentes. El león prefiere los espacios abiertos, encontrándose su límite de vegetación cerrada en la estepa arbustiva, poblada de matorrales espinosos y árboles diseminados. Aquí justamente comienza el reino del tigre, que puede llegar hasta las verdaderas selvas y junglas si bien prefiere zonas boscosas salpicadas de claros.
Entre los félidos, la diversificación de las especies resulta realmente asombrosa, desde los pequeños gatos presentes en todos los continentes y que actúan básicamente sobre los roedores, hasta los leones y los tigres, leopardos y jaguares predan sobre los animales más voluminosos, exceptuando los gigantes como los rinocerontes y los elefantes. El tigre generalmente caza solo; matan tanto los machos como las hembras, y actúan sobre presas tan como las cobradas por los leones.
Las pequeñas diferencias anatómicas básicas entre tigres y leones y las grandes diferencias superficiales, como el color, la presencia o ausencia de melena, así como las marcadísimas distancias en el comportamiento social y predador, vienen dadas seguramente por la especialización de los dos monarcas de los animales en la explotación de distintos nichos ecológicos.
En definitiva, podemos afirmar que el león es dorado y social porque vive y caza en las llanuras abiertas; el tigre ostenta su bella capa rayada y prefiere la vida solitaria porque actúa en espacios más o menos cubiertos. Pero, las diferencias no son tan profundas, y estos félidos pueden cruzarse en cautividad trayendo al mundo mezclas híbridas.


Invasores siberianos
Las selvas cálidas de la India son consideradas por casi todo el mundo como el imperio del tigre. La literatura cinegética y las hazañas de los famosos devoradores de hombres sitúan casi siempre al gran félido dentro de los límites de la nación hindú. Pero lo cierto es que los pobladores prehistóricos de la península indostánica pudieron vagar tranquilamente por las junglas sin la menor posibilidad de tropezarse con el tigre. Incluso los posteriores colonizadores neolíticos, conocedores ya de la agricultura y el pastoreo, se extendieron por la nación asiática sin ver un solo tigre. La razón esta clara: este predador es originario del norte de Siberia, donde, según los paleozoólogos, apareció al principio del Pleistoceno, cuando el clima siberiano era benigno, los bosques inmensos y poblados de una gran variedad y densidad de ungulados.
Los cambios climáticos del periodo glacial determinaron, en primer lugar, la adaptación al frío de los tigres que todavía viven en Siberia, de tal manera que estos son más grandes que el resto, de hasta 3 metros y medio de longitud y un peso de 300 kilos, con un vello abundante, de color claro y escasamente rayado.
Otro cambio fue la irradiación del tigre hacia el sur, en dos olas divergentes que contornearon el himalaya y las estepas y desiertos del centro de Asia. La ola que se dirigió al oeste alcanzó las estribaciones orientales del Caucaso, desde donde descendió a Persia y Afganistán. La rama oriental avanzó en dirección este por Manchuria, llegando hacia al sur de Corea, China e Indochina. Esta ruta de expansión del tigre fue la más exitosa porque, virando después hacia el oeste, penetró en la India, a través de Malasia y Birmania, para alcanzar en la península indostánica su verdadero emporio y la región donde actualmente se da una mayor densidad.
Lógicamente, en tan largo periplo, que no se llevó a cabo como una migración a corto plazo, sino como un lento y tenaz proceso de expansión, el tigre se fue adaptando a las distintas regiones que conquistaba, dando lugar a diferentes tallas, formas y colores que han permitido al zoólogos distinguir al menos 8 razas de tigres, desde los gigantescos tigres peludos de Siberia hasta los pequeños y oscuros tigres de la isla de Bali, pasando por los de Mongolia, Persia, India, China, Sumatra y Java.
Los tigres isleños son más pequeños que los continentales, y los que habitan en zonas muy cerradas y cálidas más oscuros que las poblaciones norteñas o de mesetas y montañas. El color del tigre ostenta un fondo que va desde el crema pálido de los tigres siberianos al rojizo amarillento de los isleños. Las rayas oscuros, siempre asimétricas, varían mucho en intensidad y profusión entre unas y otras razas e incluso entre los mismos individuos. Los menos rayados son los tigres norteños. Los más abigarrados los de las islas del sur. Resultan una excepción cromática los tigres blancos de la India, relativamente comunes en el principado de Rewa. Estos hermosos animales presentan un fondo blanco cremoso con rayas grisáceas o de color carbón. Y no pueden considerarse albinos porque sus ojos son de un hermoso azul verdoso. Parece que se trata de una variedad muy clara.
Los tigre indios pueden considerarse como típicos. Los machos adultos miden unos 90 centímetros de altura. Raramente exceden de los 3 metros de longitud, con una media de 2 metros con 75 centímetros. El peso medio de los machos oscila entre los doscientos veinticinco y los doscientos setenta y cinco kilos. Las hembras, considerablemente más ligeras, sólo en casos excepcionales sobrepasan los dos metros setenta centímetros de longitud.

El espectáculo de un planeta en peligro


"La Tierra"
El filme muestra escenas de la vida salvaje en distintos escenarios de todo el planeta, vertebradas mediante la narración de la migración de una familia de osos polares, de una manada de elefantes y de una ballena jorobada con su cría. Por Juan Carlos Di Lullo Redacción de LA GACETA.
Quienes estén transitando su quinta o sexta década de vida no podrán dejar de recordar al ver este filme el impacto que produjo hace medio siglo la exhibición de “El desierto viviente”, una magnífica pieza de cine documental sobre la vida salvaje que puso al alcance del público de todo el planeta aspectos desconocidos de la vida que bulle en un hábitat tan inhóspito como puede ser un desierto. Con aquella película, los estudios Disney conquistaron enormes audiencias e iniciaron una serie de filmes sobre la naturaleza que dio lugar al ciclo “Aventuras de la vida real”. A partir de aquella experiencia, el medio natural para la exhibición de este tipo de material fue la televisión, que (adelantos de la tecnología mediante) alcanzó uno de sus picos más altos con la presentación en 2007 del programa “Planeta Tierra”, por Discovery Channel. Parte del material que se mostró en ese ciclo está incluido en esta muy buena producción, que redobla el interés y deslumbra al espectador al mostrarlo en la pantalla grande. Como en las viejas películas de Disney, hay una línea narrativa estructurada a través de la migración de tres familias de animales, pero la evolución sobre aquellos filmes se muestra en la voluntad de huir de cualquier forma de equiparación de las conductas de los animales con las de los humanos que se percibe en esta producción. Y, a pesar de que se muestran crudamente las cacerías que impone la inexorable ley de la subsistencia, hay una evidente intención de no mostrar el sangriento final de esas electrizantes persecuciones. La factura técnica del material es asombrosa, y la mayor parte de las tomas sorprende por la belleza de su composición. Otro detalle es la ausencia total de seres humanos en la pantalla, como un modo de potenciar la idea de que somos espectadores asomándonos a zonas del planeta en las que definitivamente no somos protagonistas, aunque los efectos devastadores de nuestras acciones condicionen la subsistencia y hasta contribuyan a acelerar la extinción de muchas de las especies que lo habitan.